Para una  España, el 18 de julio de 1936, es la fecha en que se perpetró la mayor traición  contra la soberanía de un pueblo que había decidido romper las cadenas de siglos  de tiranía y opresión, y libremente, reconducir su destino por el sendero de la  igualdad y la justicia social. Aquel fatídico día se consumó una violación  contra la legalidad y se llevó a cabo un brutal atentado contra la libertad. El  18 de julio de hace setenta años supuso el comienzo del desmantelamiento del  Estado de derecho, de la pérdida de las libertades conquistadas durante la II  República y el inicio del mayor acto de genocidio perpetrado por unos españoles  contra otros. 
 
Para la  otra España, el 18 de julio de 1936, fecha del Glorioso Alzamiento Nacional,  representa el punto de partida de la depuración de elementos indeseables que  hacían peligrar la integridad de la patria. La gran Cruzada contra el “terror  rojo” que amenazaba los privilegios de las oligarquías financieras,  aristocráticas, eclesiásticas y militares.
 
Uno de  los argumentos más recurrentes utilizados por quienes padecen una paranoica  tendencia a justificar el alzamiento del 18 de julio, consiste en imputar a los  dos bandos igual responsabilidad en el inicio del conflicto y apuntar que ambos  cometieron las mismas atrocidades, equiparando a quienes se levantaron en armas  contra el Gobierno surgido de las urnas con quienes defendieron la legalidad y  los valores democráticos. 
 
En la  zona republicana, las detenciones y actos violentos que se sucedieron en los  momentos iniciales de la sublevación fueron perpetrados por grupos aislados y  descontrolados, que en ningún caso actuaron con el apoyo o la connivencia del  gobierno de la República. Una vez superado el desconcierto inicial, cuando el  ejército republicano comenzó a organizarse y las autoridades gubernamentales  fueron recuperaron el control de la situación, cesaron de inmediato los  asesinatos e incluso en algunos casos, los autores de las brutalidades cometidas  fueron juzgados y condenados por tribunales militares. Por el contrario, resulta  paradójico que los mayores actos de represión, ejecuciones, torturas y  violaciones se llevaran a cabo en los lugares donde inicialmente triunfó la  sublevación de los rebeldes. En pueblos y ciudades donde no fue necesario un  solo tiro para someter a la población bajo el yugo fascista, se emprendió una  feroz cacería contra los simpatizantes de la República, cargos públicos del  Frente Popular, militantes de izquierdas y todo sospechoso de no comulgar con  los postulados de la España Nacional. Las matanzas, los paseos y las vejaciones y humillaciones  públicas contra los rojos y sus  familias, llevados a cabo por los propios militares, pistoleros falangistas y personas de bien de la localidad, pronto  se tornaron en dramas cotidianos que sembraron el terror y tiñeron de sangre  cada rincón ocupado por los salvadores de la patria. En aquellos  dramáticos momentos, ni los más pesimistas podían siquiera imaginar que tanto  sufrimiento y tanta muerte inútil, no era más que un siniestro anticipo lo que  estaba por llegar. 
 
Mención  aparte merecen los representantes del clero, que en lugar de posicionarse al  lado de los perseguidos y sus familias, tal como cabría esperar de una  institución cuya doctrina se asienta en la caridad cristiana y la empatía con el  sufrimiento ajeno, tomaron partida por los verdugos convirtiéndose en cómplices,  cuando no en precursores, de la sañuda crueldad de los sicarios fascistas.  Clérigos y sacerdotes, abrazaron entusiastas la causa de la Santa Cruzada, y a  lo largo de los años encubrieron, ampararon y silenciaron las atrocidades de un  régimen que se afianzaba bajo el palio protector de las autoridades  eclesiásticas. 
 
Resulta  difícil encontrar archivos o documentos donde se recojan declaraciones de  oficiales del Ejército Popular alentando al asesinato indiscriminado o al  ensañamiento con el enemigo. No ocurre lo mismo en el bando franquista, donde  son numerosos los testimonios escritos o radiados (los mismo militares  alardeaban sin tapujos de las heroicas  gestas), animando a sus tropas e incluso a la población civil a asesinar,  violar y torturar. Para muestra, reproduzco algunos extractos de declaraciones  efectuadas por los más destacados oficiales del Ejército Nacional, que dan  nombre a las calles y plazas de nuestra geografía. 
  
 “Es  necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio  eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros.  Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente  defensor del Frente Popular debe ser fusilado”. Declaraciones del  general Emilio Mola al comienzo de la sublevación. 
  
 “Tenemos que matar; matar y matar. Son como  animales (…) Al fin y al cabo, ratas y piojos son los portadores de la peste.  Nuestro programa para regenerar España consiste en exterminar un tercio de la  población masculina. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del  proletariado. Además también es conveniente desde el punto de vista económico.  No volverá a haber desempleo en España”. Entrevista del capitán franquista  Gonzalo Aguilera, concedida al periodista John Whitaker. 
 
"Naturalmente que los hemos fusilado  ¿Pensaban que me llevaría conmigo a 4.000 rojos mientras mi columna avanzaba  luchando contrarreloj? ¿Debía dejarlos en libertad a mis espaldas permitiéndoles  que hicieran nuevamente de Badajoz una ciudad roja?" Declaraciones del general Yagüe a un  corresponsal estadounidense tras la matanza de la plaza de toros de Badajoz
 
“Nuestros valientes legionarios y  Regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre.  Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y  anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo  menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a  librar por mucho que forcejeen y pataleen”
 "¿Qué haré? pues imponer un durísimo castigo  para callar a esos idiotas congéneres de Azaña. Por ello faculto a todos los  ciudadanos a que, cuando se tropiecen a uno de esos sujetos, lo callen de un  tiro. O me lo traigan a mí, que yo se lo pegaré".
 "Ya conocerán mi sistema: Por cada uno de  orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes  que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra  si hace falta, y si están muertos los volveré a matar". Algunas de las arengas radiofónicas  proclamadas desde Radio Sevilla por el general Queipo de Llano. 
 "Estoy dispuesto a exterminar, si fuera  necesario, a toda esa media España que no me es afecta."  Declaraciones  de Franco al corresponsal Jay Allen.
 
Mientras  que el Ejercito Popular republicano concentró sus esfuerzos bélicos en intentar  ganar una guerra que ni habían promovido ni originado, con el objetivo de  derrotar al fascismo y restablecer la legalidad constitucional de la República,  los rebeldes sublevados, además de combatir para conseguir la derrota  incondicional del enemigo, se entregaron con notable ardor guerrero a la noble tarea de aniquilar cualquier  vestigio que pudiera suponer un foco de disidencia contra el futuro régimen. Un  verdadero holocausto iniciado en aquel verano de 1936 que no terminó con la  victoria de Franco. El plan de exterminio emprendido por los nacionales durante la guerra desembocó  en una cruenta venganza que se prolongó durante cuarenta años de terror  franquista, bajo el auspicio de un régimen que nació y murió matando y que  fomentó hasta el final la división de los españoles entre vencedores y vencidos.  
 
En  memoria de todos los españoles que se mantuvieron al lado de la legalidad  republicana, y aún cuando el 18 de julio sea una fecha que provoque nuestra más  categórica repulsa, es un compromiso moral y una cuestión de justicia histórica  recordar aquella fatídica jornada. Debemos hacerlo para que nuestros hijos y los  hijos de nuestros hijos puedan juzgar libremente quienes fueron las victimas y  quienes los verdugos; que bando defendía la legalidad y cual luchó por  derrocarla; quienes defendían la democracia y quienes la combatían. Es necesario  evocar nuestra historia porque no es de justicia olvidar quienes fueron los  españoles que entregaron sus vidas por defender la causa de la libertad y  quienes les persiguieron, encarcelaron y asesinaron por ello. Las generaciones  que ignoran lo que significa sobrevivir bajo la opresión de un régimen  totalitario, que han tenido la fortuna de nacer y vivir en democracia, deberían  tener presente que los principios y valores que hoy compartimos y asumimos con  naturalidad como incuestionables, son la herencia de aquellos vencidos, que en un ejemplo de entrega,  dignidad y espíritu de lucha, sembraron la semilla ideológica que hoy sustenta  nuestro sistema de libertades. 
 
Aunque  las secuelas de la historia sigan causando dolor, el pasado no puede ser  enterrado por los intereses de unos y el miedo de otros. Hay que recordar por  aquellos que ya no pueden hacerlo; por las esperanzas truncadas, por las almas  desterradas, por los secretos obligados, por los silencios impuestos, por las  familias rotas, por las vidas desgarradas, por los sueños desbaratados, por las  libertades perdidas... Hay que recordar porque se lo debemos a nuestros  vencidos. Hay que recordar porque un pueblo sin memoria es un pueblo sin  historia, sin identidad y sin futuro. 
 
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